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14     LAS CASAS MANCHEGAS

asta hace bien poco tiempo, las casas en Criptana y en buena parte de La Mancha en casi nada se diferenciaban con aquellas que vio Cervantes cuando escribió El Quijote. Fueron cambiando los materiales y adaptándose, eso sí, a las nuevas exigencias del vivir cotidiano


Casa de los Penalva
Trasera de la casa de los Penalva en la Tercia


Casas manchegas
Calle Murcia


Caserío del Albaicín criptano. Años 50
Caserío del Albaicin criptano. Años 50

Las de cierta entidad se disponían en torno a un patio principal, empedrado originalmente y en muchos casos cubierto después con montera de cristal, rodeado por columnas que sufrían el peso de las galerías. Nunca faltaba el pozo, y podían tener dos plantas con altos techos de bovedillas y vigas de madera. El corral en la parte trasera era lo habitual, sobre todo en familias de agricultores. La fachada, casi siempre de tapial encalado.


Patios manchegos
Casa de la Torrecilla, restaurada por la Escuela Taller de Criptana para su uso como hotel


Patios manchegos
Patio manchego en la película de Pedro Almodóvar "Volver"


Patios manchegos
Retocando la cal en el patiejo

Disponían de cocina con despensa, comedor de diario (a veces era la misma cocina) y otro para días especiales (el “majo”, que casi nunca se utilizaba, con muebles de calidad que pasaban de padres a hijos), alcobas, alguna estancia para labores, trasteros, cámara, sótano y bodega.


Aparador antiguo
El aparador del comedor "majo"


Aparador antiguo
Otro aparador

El frío y el calor obligaba a reducir el tamaño de los huecos de iluminación y ventilación. El calor se combatía con abundantes riegos, entoldados de zarzos o lonas y agua fresquita de botijos de arcilla blanca que se curaban con una copa de anís para quitar el sabor de barro (los de invierno, que no necesitaban evaporar para enfriarse, eran de arcilla roja y esmaltada). También sumergiendo en el pozo, con la ayuda de una soga y una garrucha, cubos de cinc con agua y todo lo que se quisiera refrescar: el vino, melón, demás fruta..., descolgándolos con cuidado y haciendo un atado en el momento justo para que no se introdujeran por completo en el agua y todo se derramara. Al pozo se bajaban igualmente unas cacharras de chapa con agua, que luego servía para hacer limonada o cualquier refresco (el de zarza, comprada en El Bengalí, hacía furor por los años cincuenta).


Nunca faltaba el pozo
Preparados para los calores

Para el frío, el remedio era amontonar peludos o esteras de pleita de esparto en los suelos, colgar pesadas cortinas ante las puertas y ponerse al rebujo de chimeneas, fogones, estufas o de un buen brasero de picón (el canutillo era más barato, pero producía mayor tufo) bajo la mesa camilla. Hasta no hace muchos años, aún se veía en las mañanas invernales el humear de los braseros en patios o corrales con un tubo de hojalata que hacía de chimenea, remontando el encendido ante de pasarse a las habitaciones. Las camas, tan heladoras que incluso parecía que estuvieran mojadas, se calentaban con unos braseros especiales, cerrados, que disponían de un gran mango de madera, y que se metían entre las sábanas un rato antes de irse a acostar.


Pertrechándose para el invierno
Pertrechándose para el invierno

Se empleaban mucho las arcas, arcones, baúles y cómodas para guardar la ropa, pues los armarios (su nombre viene precisamente de ser un mueble para guardar las armas) se empezaron a utilizar popularmente para este nuevo menester ya entrado el siglo XX. Las camas, con cabecero y pies y muy altas, de hierro, doradas o mezcla de hierro y latón, y de madera, algunas muy toscas, pero otras con barrotes torneados o forradas con contrachapados de maderas nobles y trabajos de taracea, y siempre con somier de muelles. Las mesillas de noche, muy altas, con patas muy finas y tapas de mármol, con cajón en la parte superior y puerta abajo para esconder el orinal. Perchas de pie o de colgar en las paredes, de muchos estilos, pero abundando las de madera doblada con calor estilo Tonet. No faltaban palanganeros en las alcobas, generalmente de madera, con espejo, aro para la palangana, repisas para la jabonera, peines y demás objetos de aseo, y unos brazos para las toallas; debajo, un jarro de porcelana para el agua. Otros, más toscos, con soporte de hierro pintado y palangana, jarro y a veces cubo, todo en hierro esmaltado con porcelana, eran habituales en algún cuarto pequeño que se destinaba para aseo.


Alcoba
Alcoba


Alcoba
Y otra alcoba más


Cómoda
Cómoda antigua

Los colchones, lo normal es que fueran de lana, pero la gente más humilde los suplía por los de borra de algodón o incluso por jergones rellenos de viruta de corcho, hojas de mazorca de maíz o simple paja. En caso de ser de lana, se necesitaban en torno a tres arrobas para uno de matrimonio. La lana se compraba directamente a los ganaderos recién esquilada y había que lavarla, escardarla y proceder luego a su vareo para ahuecarla.

En el comedor de diario, una mesa de pino, con agujero para el brasero, sin barnizar, que había que limpiar con arena para mantenerla blanca. Se vestía con faldas, sobre todo en invierno, y tapetes hechos de ganchillo. A la hora de comer se ponía un mantel de hule que se mantenía enrollado sobre un palo redondo y guardado en la despensa. Si la mesa estaba en la cocina, el hule —quién no recuerda aquellos con el mapa de España— permanecía siempre. Un aparador para la loza y cristal, con cajones para mantelerías o cubiertos; los había bajos, con tapa de mármol, o con altillo —preciosos— y puertas de cristal esmerilado. Las sillas, de muchos estilos y formas, y casi siempre descabaladas por ser de varias herencias. Muy curiosos eran los sofás hechos del mismo estilo de las sillas, generalmente de bolillos torneados y asiento de anea, que tenían la apariencia de tres o cuatro sillas junta. Y no faltaban nunca las bancas, tan manchegas, de muchas formas y calidades, y siempre muy robustas.


Banca y mesa camilla
Banca y mesa camilla


Banca
Banca


Banca
Banca o sofá con asiento de anea necesitado de arreglo


Banca
Otra banca o sofá con asiento de anea


Hule del mapa de España
Hule del mapa de España

Las cocinas, amplias, de fogón bajo y chimenea con repisa, luego sustituido en el imparable caminar del progreso por las hornillas, cocinas económicas, hornillos de petróleo, butano... Los utensilios de cocina hoy adornan cocinas camperas decoradas a imagen de aquellas: artesas, platos de cerámica, tinajas, lebrillos, pucheros de barro, marmitas, peroles, perolas, orzas, soplillos, fuelles, garrafas, alcuzas, garabatos, espeteras, trébedes...


Fogón bajo y cocina económica
Fogón bajo y cocina económica


Cocina
Cocina


Cacharros, orzas y lebrillos
Cacharros


Más cacharros
Más cacharros


Más cacharros
Y otra más con cacharros

El perchero en el zaguán o recibidor, con un banco y espejo de barrotes torneados y copetes varios, eran muebles que daban empaque a cualquier casa. Y un despacho con escritorio y alguna estantería para libros era ya todo un signo de prestigio.


Zaguán
Zaguán


Despacho
Despacho

Las casas carecían de cuartos de baño como hoy los conocemos, y sólo algunas disponían de un pequeño cuarto para aseo. Las necesidades se hacían en los retretes habilitados directamente sobre un barranco o basurero. Nunca faltaban, eso sí, los orinales de loza o de porcelana bajo las camas o en las mesitas.


Cuarto de aseo
Cuarto de aseo

La entrada principal comunicaba directamente con el patio, y las puertas se caracterizaban por sus sobrecargadas aldabas o llamadores.

En las casa de labranza, la zona del corral tenía entrada independiente por la “portá”, de dos hojas, construida en madera y con herrajes de hierro y clavos de forja. A los lados se ponían piedras de considerable tamaño con el fin de que los carruajes nunca se arrimaran a las jambas de ambos lados y se la llevaran por delante. Más finas y para el mismo servicio quedaban las protecciones realizadas con cemento y reforzadas con trozos de aros de las ruedas de los carros. Ya dentro, en el zaguán, con tejadillo y suelo a veces empedrado con cantos, unas estacas clavadas en las paredes servían para colgar los arreos de las caballerías.


Ports
Dos típicas portás de Criptana. En la calle de la Virgen, cerca del Calvario, y en la calle de la Pasión.
"Tienes que buscarte un novio con portá", recomendaban a las chicas. Su tamaño iba en consonancia
con los carros, galera o tractor de la familia. Y, claro está, con sus tierras y posibles.

Las cuadras, de distintos tamaños según el número de animales, con uno o dos pesebres y poyo con jergón de paja (camastro) construido todo de obra, disponían de una pajera situada en una esquina y comunicada con el piso superior, que era el destinado a pajar. Éste daba directamente a la calle, y a través de una piquera de la que sobresalía un palo con una garrucha, se elevaba la paja mediante seras.


Antiguo pajar y piquera
Antiguo pajar y piquera


Pesebre
Pesebre

Un pozo en el corral, por lo general de agua salobre y con una pila de piedra para dar agua a los animales, era lo habitual en casas de labranza. En algunas era compartido con otra vivienda en la pared medianera, con brocal accesible a ambas. Y si no disponían de él, se utilizaban los comunes a todo el vecindario, que aún perduran: en la calle del Cristo, en el Pozo Hondo y en el Pozo las Eras (plazoleta de las Infantas), al final de la calle de Reina Cristina.

El corral era el sitio donde se aparcaban los carros o galeras que poseía la familia (luego, con el tiempo, remolques y tractores), donde no faltaba un almacén de aperos de labranza que cada vez tuvo que ir aumentando de tamaño para albergar maquinaria, y donde era inevitable, ya que no había recogida de basuras y la red de alcantarillado se empezó a construir en Criptana por los años sesenta, de un barranco excavado en el suelo y separado con parcilla y alambrera. Al mismo tiempo de servir para ir acumulando todo tipo de desperdicios o excrementos de los animales (después se llevaba a los campos como abono), era ideal para plantar en él un retrete, el gallinero y, encima, con un entramado de palos, una cina para las gavillas de sarmientos.


Corral
Corral para cuadras, carros, aperos, barranco... Al fondo, la portá de entrada


Cina, barranco y retrete
Cina, barranco y retrete


Retrete
Otro retrete

Cualquier rincón del corral se aprovechaba para amontonar leña, y en no pocas casas había palomares, conejeras o gorrineras. Pero el corral además, en verano, era lugar para el juego de los chicos y de un poco de esparcimiento para los mayores cuando, ya acabadas las faenas diarias, se sentaban a la fresca bajo un entoldado de carrizo o a la sombra de una parra o higuera, con el suelo recién regado, charlando, merendando o las mujeres haciendo sus labores de costura.


Corral
Corral

Matar un animal era un problema, sobre todo para los poco expertos. A los pollos y gallinas se les retorcía el pescuezo o se les daba un corte por detrás de la cabeza, pero en mi casa nadie sabía hacerlo, salvo que se llamara a Daniel, ayudante de mi padre en el negocio de transportes, o se pidiera el favor a nuestro buen vecino Juan José, el de Tornajo (él y Carmen, su mujer, eran unas bellísimas personas). Con los conejos mi padre sí se atrevía, dándoles con el canto de la mano o con el mango de una escoba detrás de las orejas, en la nuca, aunque esta destreza debió aprenderla de manera autodidacta, pues contaban que a su madre, mi abuela Venancia, una vez le escapo de entre las manos corriendo un conejo a medio despellicar.


Corral
Corral

En otras épocas nada se tiraba, y las pellicas de liebres y conejos, que se habían tenido secando pegadas sobre las paredes de cámaras o corrales, eran muy apreciadas por los traperos, y junto a ropas y trapos viejos, papel y cartón, cambiadas por cacharros de loza y barro, sartenes y unas algarrobas para los chicos.

Las cámaras estaban en el segundo piso, con escaleras estrechas y escalones muy empinados para no restar mucho espacio. Allí se almacenaban las cosechas de cereales y leguminosas en las casas de labranza, la harina, el salvao, el aceite, las orzas con las corservas de la matanza, el tocino y los jamones, calabazas, patatas y cebollas, tomates verdes, los melones y racimos de uvas, atados con bramantes o cordeles y colgados de escarpias o clavos en las vigas de madera, manojos de picantes, ristras de ajos...


Cámara
Cámara

También sogas y cordeles, sacos y costales, artesas, calderos lebrillos, sartenes, escobas, cestos y canastos, frascos botellas, bidones, cajas y todo lo que se tenía que haber tirado pero que se guardaba inútilmente por si acaso. A veces se hacían separaciones (atrojos) con tabiques a media altura, para evitar que se mezclaran unos productos con otros. La techumbre eran las propias cercas de madera a la vista con su entramado, el cañizo y las tejas encima, sujetas con una mezcla de barro y paja.


Sótano
Típica entrada a un sótano o cueva

El sótano, con un ventanuco para dar luz y ventilación y casi siempre a la calle para realizar los trasiegos, o se utilizaba como bodega o servía, según las épocas y qué productos, para almacén, alternando con las cámaras. Era, en otros tiempos, el lugar más fresco de la casa en verano, el sitio donde mejor se conservaban los alimentos. Algunos, incluso habilitaban una pequeña estancia, con unas mesas y unas sillas, y hacían allí las comidas y las cenas, evitando así los sofocos y sudores propios de la canícula manchega.