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15     LAS COCINAS

o existían entonces las placas vitrocerámicas o de inducción, ni las ollas exprés, ni lo hornos eléctricos o de microondas con grill incorporado. Todo esto sonaría a chino en épocas pasadas. Hacer la comida resultaba una tarea bastante laboriosa y que empleaba muchísimo tiempo a las amas de casa. La cocina era un hogar sobre una plataforma de adobes a ras de suelo, bajo la chimenea, y había que empezar por la mañana quitando la ceniza del día anterior. Después, echar una o media gavilla de sarmientos, unos buenos puñaos de paja para que la combustión fuera lenta y se mantuviera todo el día, alguna cepa, zoquetes de podas de encinas, olivos y almendros o leña del monte, ponerle entre medias un papel y prenderle fuego, darle al soplillo de esparto o al fuelle, y dejar abierta la puerta para que tuviera tiro la chimenea y no se llenara la casa de humo.


Fogón
Típica cocina con chimenea y fogón bajo

Cuando la lumbre daba la cara, se arrimaba a las brasas el puchero de barro con las judías, el potaje o lo que hubiera ese día de condumio, para que cociese lentamente al amor del fuego. Los peroles y sartenes tenían tres patas, para que no descansaran directamente sobre el hogar y se pudieran meter debajo algunos rescoldos. La misma misión hacían las trébedes, unos aros de hierro también con tres patas. Había también un hierro, el tranco, de forma semicircular, que se empleaba para sujetar los pucheros. En algunas casas, sobre todo si era mucha la cantidad a cocinar, se empleaban unos calderos que se colgaban sobre el fuego con unos ganchos y cadena. Y junto al fuego, unas tenazas para arrimar las ascuas y un badil para mover la lumbre.


Fogón
Otra imágen de cocina con lumbre baja

Los cacharros de cocina se disponían en vasares o sobre el suelo, colgaban por las paredes o se distribuían en alacenas, que a veces eran simples nichos practicados en las paredes, o en despensas, lugar fresco y en comunicación con la cocina cuya principal misión era almacenar alimentos que debían durar tiempo u otros más o menos perecederos cuando en las casas no había frigoríficos.

No faltaban ollas, pucheros y cazuelas de barro; calderos y calderas de todos los tamaños en hierro, cobre o latón; cazos, cacillos y paletas; vasos, jarras, tazones, escudillas; platos y fuentes (se empleaban mucho de hierro con esmalte de porcelana, y muy típico era el jarro de este mismo material colocado en una jarrera de madera colgada en la pared); tinajas y cántaros para el agua; orzas para guardar las legumbres o la matanza y un colador para el pan...

Mucho de esto se compraba en la Feria —lo propio era hacerlo al día siguiente de terminar—, pues antaño era difícil adquirirlo en el pueblo.

La comida se servía en una fuente o cazuela común cuando era sobre una mesa o en el mismo caldero sobre el suelo, sentada la familia alrededor en tabletes.


Alacena
Despensa


Alacena
Otra fotografía de despensa


mueble alacena y vasar
Alacena y vasar rinconera


Alacena
Vasares de una alacena con vajilla y cristalería "majas"


Jarrera y almirez
Jarrera y almirez


Cocina. Zona de estar
Las cocinas, además de la zona de fuego, bien de lumbre baja o con cocina económica, el fregadero. alacenas y despensa,
tenían, si eran amplias, una zona de estar, en donde se comía y se hacía la vida de diario

Aunque mi abuela Venancia tenía una cocina nueva, forrada de azulejos y con todos los adelantos de entonces: cocina económica de carbón con su depósito de agua caliente y horno, fregadero de piedra de dos senos y grifo de agua corriente (éste, eso sí, fallaba, pues el agua caía de higos a peras y había que tener un buen depósito o aljibe —que lo tenía—), a ella le gustaba su vieja cocina baja y su horno antiguo de los que había que echar antes un par de gavillas. Hacía en él unas magdalenas riquísimas, pero lo que más recuerdo de ella es que siempre la encontrábamos agachada en su chimenea, ¡muchas veces con una sartén de aceite dispuesta en el fuego!, y que cuando esto sucedía nos regalaba a los nietos con unos picatostes pinchados en un sarmiento para que no nos quemáramos y hechos con pan de barra, unas barras grandes con la corteza muy brillante y que no eran muy corrientes por aquellos años en el pueblo. Si la sartén fallaba, la rebanada de barra era con una rodaja de salchichón o con una onza de un chocolate muy terroso pero que me encantaba.

La vieja chimenea de mi abuela estaba en una amplia dependencia que antiguamente fue bodega y que conservaba algunas tinajas de barro. Para llegar hasta ella había que pasar por otra saleta que era, claro está, el jaraiz.


Mi abuela Venancia y su cocina económica
Mi abuela Venancia y su cocina económica

Era mi abuela Venancia de Miguel Esteban (allí conservamos familia), no sabía leer ni escribir, pero mas lista que el hambre, y de un genio tremendo para su poca estatura, todo lo contrario que su madre (mi bisabuela Apolonia), que, según dicen, había que mirar hacia arriba para verla. Mi abuelo Domingo la conoció cuando ella servía en una posada de Villafranca. Había siempre que hacer lo que ella decidiera, y a mi madre esa forma de ser, casi siempre en plan suegra, le dolía y la sacaba de quicio, aunque nada dijera y no trascendiera. Quiso también que todos sus hijos estudiasen y no fueran como ella. Chicos y chicas fueron al colegio de las monjas, y los chicos luego hicieron el Bachillerato.


La casa de mis abuelos en la calle de la Reina
La casa de mis abuelos en la calle de la Reina y detalle del mosaico hidráulico de una de las habitaciones

Esta casa de mis abuelos paternos, que antes perteneció a un pariente sacerdote, estaba pegada a la nuestra y era muy antigua, de tapial, con los muros muy gruesos y techos de bovedillas típicos manchegos; pero reformada y muy acogedora, con unos pisos de mosaicos antiguos con dibujos. Del patio, con montera, salía una hermosa escalera con barandilla de hierro forjado. Mis primas y mis tíos de Arenales y de Pedro Muñoz solían venir y quedarse aquí durante gran parte del verano, y el patio, alternando con el de nuestra casa, era el sitio de tertulia por la tarde, sentados los mayores en grandes butacones de mimbre y los chicos, si es que no estábamos en otra parte jugando, en el suelo. Por la noche la tertulia se trasladaba a la calle, "a tomar el fresco", costumbre ya casi desaparecida en Criptana, y el corro aumentaba porque se incorporaban algunos vecinos.


techo de bovedillas
Detalle de techo de bovedillas


Con mis primas de Pedro Muñoz
Mi hermano Valeriano y yo con mi tía Carmen y mis primas de Pedro Muñoz

Si el espacio de mi abuela era la cocina, el de mi abuelo, el comedor, sobre todo en invierno, sentado en la mesa camilla, con el brasero de picón bajo las faldas, atento a echar zoquetes de madera en la estufa, leyendo el periódico —estaba suscrito al defenestrado Madrid— o casi siempre en buenas migas con don Heraclio Fournier, baraja en la mano, solitario tras solitario. Tuvo sus negocios y sus cosas, pero lo de las cartas fue en tiempos su profesión, y de ellas sacó su beneficio. Había una peña o sociedad que ponía el dinero y él lo jugaba y repartía beneficios. Lo hacía en los casinos, en el pueblo y en otros sitios, e incluso iba por las ferias organizando timbas. Aun conservamos una ruleta —la tengo en mi casa y de ella he hecho una mesa de centro que es envidia de quien la ve—, cajas con barajas nuevas, sin estrenar, fichas de pasta —algunas de muy buena calidad— para las apuestas y tapetes verdes para las mesas. Cuando prohibieron el juego, sus negocios tuvieron que ir por otros derroteros.


Mi abuelo Domingo
Mi abuelo Domingo

Poco sabemos de la familia de mi abuelo Domingo. Sí que los padres murieron muy jóvenes, que era primo de Honesta Manzaneque y de los Sánchez Manjavacas, y que sólo tuvo un hermano, Valeriano, un bala perdida que de vez en cuando lo sableaba, pero —eso sí— cuando veía a mi padre siendo chico por la calle, el canalla —contaba mi abuela—, siempre le daba una perragorda.

Volviendo a las cocinas, la labor de las amas de casa poco a poco se fue haciendo menos penosa. Al fuego bajo de la chimenea le sucedió, ya sobre un poyete alto, la hornilla, de fundición o formada con una simple lata cogida con yeso, y que había que cargar con carbón piedra (de antracita) o vegetal. Después vino el gran adelanto de la cocina económica antes citada, de hierro, con tres o cuatro fuegos y horno, que admitía carbón o leña, y que incluso podía alimentar una instalación de calefacción con radiadores. Las mantenían estas cocinas limpísimas y brillantes como la plata a base de estropajo y de lija. El adelanto siguiente, antes de llegar al uso actual del gas y de la energía eléctrica, fueron los hornillos de petróleo. ¡Menudo invento! Sólo había que prender la mecha y tener lleno el depósito y estaba todo solucionado. Tampoco olvidarse de ir a la tienda de Olivares o a la ferretería de Molina, que eran los que suministraban el petróleo en Criptana, con unas latas especiales de cinco o más litros que disponían de un pitorrillo —los hacía el hojalatero— para facilitar su uso. El inconveniente era el olor y que por su altura las ollas estaban inestables y siempre en peligro. A mi madre una vez se le cayó una exprés —de las primeras de entonces— al suelo; la tapa salió despedida y las lentejas... en el techo. Afortunadamente sólo fue el susto y el estropicio.


Hornilla, hornillo de petroleo y olla a presion
Hornilla, hornillo de petróleo y olla exprés


Cocina años 50
Cocina económica de los años 50, con el añadido posterior del butano