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77     EL LARGO Y CÁLIDO VERANO

uando éramos chicos, la llegada del verano y con él el cierre de los colegios era todo un acontecimiento. No habiendo cates por medio, tres meses de abandono total de libros y dedicación absoluta a las "cosas propias de nuestra edad, sexo y condición", que no eran otras que jugar y jugar y añadir además el "tonteo" con las chicas —otra forma de juego— de adolescentes. Intentar arrimarse a ellas, era empresa casi imposible en el invierno.

Fue una época irrepetible y fantástica. Aquellos años, los días eran más largos y daban mucho de sí. Ahora, de mayores, parece que se acortaran y no hay tiempo para hacer nada.

El escenario era al principio la calle propia, en mi caso la de la Reina, con los chicos y chicas vecinos o de los alrededores. En la calle a todas horas, incluso por la noche, hasta "las tantas", pues la gente se salía a tomar el fresco a las puertas de las casas y había pocas ganas de entrar para pasar calor. Jugar y jugar sin parar: al fútbol, a las matas, a los pies quietos, al rescate, a las chapas, al trompo, a las bolas, a las artesillas y a tantos otros. Y también, para que las chicas no se enfadaran a cosas de ellas como la comba y el truque, o incluso, con su vertiente erótica, a las prendas. Y jugar sin miedo, pues no pasaban apenas coches y los carros tenían sus horas al atardecer, cuando regresaban los gañanes de las tareas del campo.


Tomando el fresco en la calle
En otros tiempos, la gente se salía a tomar el fresco a la calle y los chicos aprovechaban para jugar

Los espacios, con el aumento de edad, se fueron agrandando, y con ellos los amigos y las varias pandas de chicos y chicas: la Plaza y plazoleta de la iglesia, el Pozo Hondo, las eras, el Hogar de la Falange, la sierra, el parque... Incluso llegó el momento..., que el pueblo quedo corto.


Plazoleta
Plaza de Don Ramón Baillo (la plazoleta)

La sierra tenía su peligro, pues nada más subir por la calle del Caño entrabas en la zona de la temible banda de Bisturí y podías salir con una pedrada en la cabeza o que te cogieran "prisionero" y te hicieran los "galgos". Lo de los galgos era una cosa entonces que se hacía a los que se consideraban "enemigos" o como broma pesada. Consistía en sujetar al individuo, abrirle la bragueta e introducir tierra, hojarasca, piedras, agua y, más sádicamente, escupitajos, algún que otro sapo e incluso orines de los actuantes, no sin uno que otro sobo y estirón a lo bruto del pene.


Subir a la sierra
La Plaza en una postal de la época. Enfilar la calle del Caño y subir a la sierra tenía su peligro...

Irse al campo, bordeando el pueblo o más allá, era muy propio de las largas tardes del verano. Para simplemente echar un partidillo de fútbol en las eras. Para coger grillos que luego, encerrados en un bote con agujeros para que respiraran, alimentábamos con hojas de lechuga. Para llevar a casa un manojo de espigas de candeal, bien granás, que cocidas estaban tan buenas, pero que si abusabas, se te "empezaba" la boca. Para entablar una batalla con espigas de lobo o con pepinillos del diablo (también llamados melones de lobo), que presionándolos, disparaban una especie de leche viscosa y maloliente del interior. Para coger cardos borriqueros y, con cuidado, quitando todas las espinas, confeccionarse una brocha. Para echar carreras de barquitos en el caz del Pozo Hondo. Para coger una especie de arañas gordas, como tarántulas, en la sierra (nos meábamos en los agujeros y salían de sus madrigueras al exterior) y soltarlas en el momento adecuado con el consiguiente alboroto y gritos histéricos de las chicas. Para coger almendrucos o si se terciaba unos racimos de uvas o un melón. Para fumarse unos cigarrillos a escondidas. Para ir a tocar el tren. Para hacer un campeonato de quién escupía o meaba más largo. Par ver quién la tenía más grande. O para cualquier cosa... como simplemente ir a cagar, sin cohibirse, limpiándose el culo con una pámpana o con un canto.


Espigas de lobo
Espigas de lobo

Melones de lobo
Pepinillos del diablo o melones de lobo

Una de las mejores distracciones era coger la bicicleta y lanzarse a hacer kilómetros por los caminos y carreteras, casi sin peligro ninguno porque apenas había tráfico. El único, los perros, que se cebaban ladrando y queriéndote morder cuando iban junto a un carro y adelantabas. Otro, que Jesús Manzanares (Gorrufus) y Guaguán, que eran los policías de tráfico y se ponían en la esquina de La Julia (cruce de la calle Castillo con la de la Concepción) con sus uniformes blancos, te pillaran sin chapa de circulación y te pusieran una multa. Y otro más, el pinchar, muy frecuente entonces, para lo cual había que llevar los apaños convenientes, desmontar la rueda, averiguar dónde estaba el pinchazo, pegar el parche, volver a montar e inflar. Y si no, regresar a patita arrastrando la bicicleta, como nos ocurrió a Andrés Esteso y a mí cuando estábamos en el apeadero del tren de Arenales, circulando por una senda que discurría paralela a la vía y él pinchó, sin llevar ninguno de los dos los avíos necesarios. Y yo por compañerismo, me apeé de la bici y le acompañé andando hasta el pueblo.


Chapa de circulación
Chapa de circulación

Hacer kilómetros con la bicicleta
Maletín de herramientas, llaves, bombín, algunos repuestos y caja de parches para arreglar pinchazos

Según las ganas que tuviéramos llegábamos hasta los pueblos de los alrededores o nos volvíamos a mitad de camino. Arenales, Pedro Muñoz, Alcázar, El Toboso, Miguel Esteban o El Puente de San Benito eran sitios habituales. Algo más mayorcillos incluso nos tomábamos un botellín de cerveza y regresábamos. Y más cercanos: a bañarnos en la alberca de alguna huerta, a San Isidro o el Cristo, La Virgen, el polvorín en la carretera Nieva o caminos desconocidos, a la deriva. No nos perdíamos nunca, porque la torre de la iglesia, siempre en el medio de casi todos los caminos, era la dirección segura a tomar en la vuelta.

El polvorín era una construcción —creo que aún aguanta—, de dimensiones considerables, en forma de U, construida en cemento y bajo tierra durante la Guerra Civil para almacenar armas y munición. No en vano, en Criptana se instaló un Centro de Reclutamiento e Instrucción de Carabineros, cuerpo de elite en el Ejercito Popular Republicano. Daba un poquito de "yuyu" entrar en él porque decían que podía esconder alguna bomba sin explotar o por los signos evidentes de haber sido refugio ocasional de gentes banduendas por los caminos.


El polvorín
El polvorin

El polvorín
Exterior del polvorin tapiado

Cuando íbamos a Arenales siempre parábamos en la tienda de Julito, casi al lado de la iglesia. Era minúscula pero tenía casi de todo, incluso para tomar una cerveza con algo de comer. Era muy especial el Julito, algo sarasa, ávido de conversación y estaba enterado de todos los chismes del pueblo. Le hacíamos mucho de rabiar e incluso le robábamos pequeñas cosas sin importancia. Supongo que volaría hacia otros lugares, que era su máximo deseo.


Iglesia de Arenales
Antigua iglesia de Arenales

La mayoría de las bicicletas de los amigos que formamos la panda durante nuestra niñez y adolescencia eran de la marca Orbea, BH o GAS. Yo, sin embargo, tenía una EGO, casi desconocida, comprada por mi padre en Alcázar para mi hermano Valeriano, pero que yo también utilizaba por turnos no sin algún conflicto. Posiblemente fuera de alguna fábrica de montaje de la zona de Eibar, en Guipúzcoa, como las otras. Pero que resultó a la larga de las mejores por su poco peso y al mismo tiempo fortaleza. Con frenos muy seguros, sillín cómodo y manillar agradable de empuñar. Y se mantuvo de pintura y de cromados perfecta hasta que con los años tuvimos que jubilarla. Claro, que la manteníamos perfecta de engrase y de limpieza, siempre a punto.


Mi bicicleta
Mi bicicleta

Las bicicletas eran plaga por carreteras, caminos y por las calles del pueblo, pues constituían el transporte habitual incluso para la gente del campo cuando no tenían que acarrear ningún producto pesado y voluminoso. Luego vinieron las primeras motos, las Guzzi, y las Mobylettes, que había miles en el pueblo circulando a lo loco y haciendo ruido. Mi amigo Luis Pedro Perucho tenía Mobilette, y me iba con él muchas veces de paquete. Y también su padre una moto grande, enorme, una Bultaco, palabras mayores ya en cuestión de velocidad.


Motocicleta Guzzi
Motocicleta Guzzi

Motocicleta Mobilette
Motocicleta Mobilette

Criptana era entonces un pueblo árido y seco. El abastecimiento de agua potable se hacía antiguamente a partir de dos fuentes, la del Caño y la de la Poza, o de pozos de agua dulce, potable, como los de la Guindalera, de la Virgen, de las Olivas, del Concejo, de la Huerta el Bajo, del Charco, del Pico y de Villalgordo, que resultaban insuficientes. La canalización hasta las casas no llegó hasta la tercera década del siglo pasado con la traída de aguas desde la finca Perdigueras, entre Marañón y Cinco Casas, pero muy escasamente, pues era la sobrante después de abastecerse Alcázar. Grifo había en casi todas las casas, pero caía de higos a peras y con muy poca presión, y casi nunca en las zonas más humildes y altas del pueblo. El remedio era ir a tres casetas de despacho de agua que se pusieron en la plaza del Calvario, en la plazoleta de don Ramón Baillo, frente al Casino de La Concordia, y al final de la calle de la Soledad, por donde está el monumento a la Semana Santa, o por métodos tradicionales de fuentes y pozos. Y también hacer aljibes para almacenar el agua esos días que caía y bombearla con motores a un depósito dispuesto en el tejado. Con esto, ya se podía disponer de agua en los grifos en cualquier momento y las gentes empezaron a construir cuartos de baños con "tos los adelantos". Antes, un retrete dispuesto en alto sobre un "barranco" o basurero, con un poyete y una tabla de madera con un agujero, en el que uno se colocaba y hacía sus necesidades. Y el aseo con una palangana y una tinajilla de agua al lado.

Con los años, el Ayuntamiento realizó nuevas canalizaciones con más presión, más días de suministro, alcantarillado, y ya se pudo prescindir de los pozos de aguas fecales y de los motores de bombeo; subía el agua ella solita a los depósitos.

Y desde 1969, el suministro está asegurado con un pozo propio en el paraje de Marta, al lado mismo de la Autovía de los viñedos, muy cerca de Tomelloso, de 400 m de profundidad, y también se prescinde de los aljibes, que en muchas casas eran los grandes tinajones que se empleaban para el vino, pero enterrados para no ocupar espacio. Luego se han realizado más captaciones.


Fuente del Caño
La Fuente del Caño en otros tiempos

Aljibe
El aljibe de mi casa con la instalación de bombeo que ya no se utilizaba. El motor es relativamente moderno,
pues ante hubo otro, y al principio una bomba manual que había que impulsar a base de mover una palanca

Volviendo a los años 50 y 60, el agua era un bien tan escaso en Criptana que resultaba impensable que diera para tener piscina. Sólo en algunas casas de los grandes ricos del pueblo se decía que las tenían. Yo no las vi.

Y el agua, la tan deseada agua en un pueblo extremadamente de secano como el nuestro, era una verdadera ansia en verano para los chicos de nuestra edad. Algunos se arreglaban con una regadera en los patios de las casas, y en el colmo de la sofisticación, con un bidón, a manera de depósito, encaramado en alto y con una alcachofa de ducha con su correspondiente llave de apertura y cierre. Otros, chapoteaban en un lebrillo o en tinas de madera que se colocaban al sol para que el agua no estuviera muy fría.


Baño en el caldero
Baño en el caldero

En mi casa teníamos un enorme baño de zinc que colocábamos en el corral y llenábamos con cubos que sacábamos de un pozo, naturalmente de agua salobre como eran la mayoría en el pueblo. Estaba el pobre muy viejo, y lo cuidábamos como oro en paño, pero todos los años teníamos que llamar a un lañador, el hermano Juan, para que lo repasara con estaño. En él nos bañábamos de chicos y no tan chicos yo y mis hermanos (éramos cuatro varones) y mis primas de Pedro Muñoz y Arenales (las tres y dos de nuestra edad), que venían todos los años a casa de mis abuelos, al lado de la nuestra y comunicadas entre sí. El baño a veces por separado y otras de dos en dos, o de tres en tres, o como viniera al caso. Nosotros con nuestros catetos "meibas" como el que lució Fraga cuando lo del accidente del avión americano con bomba atómica en Palomares; ellas, bellas y morenísimas, con sus rutilantes bañadores a la última moda, que para eso muchos años venían directamente desde la playa, en Alicante, donde pasaban unas semanas. Acostumbrados en casa a estar solos, salvo mi madre todos hombres, era una novedad agradable lo de mis primas, y a ellas supongo que también por lo contrario.


La vieja bañera de cinc
La vieja bañera de cinc

La primera vez que yo vi el mar fue en 1955, con ocho años, y casi me puedo considerar un privilegiado. En el verano nos íbamos a menudo de viaje los hermanos con mi padre en el camión—era su oficio—, las más de las veces como recompensa por haber sacado buenas notas o por habernos portado bien. Aquella vez fue a Valencia, y muy cerca de la playa, aunque mi padre creo que pasó por allí dando un pequeño rodeo. Paró el camión y me pude apear y meter los pies en el agua durante unos instantes. La sensación fue indescriptible. No había tiempo para más, pues rápidamente teníamos que descargar el vino que transportábamos.


Playa de la Malvarrosa
La Malvarrosa. 1955

En estos viajes conocí muchos lugares, pero sobre todo San Esteban de Gormaz, El Burgo de Osma, Valladolid, Aranda y toda la zona vinícola de la Ribera del Duero eran de los sitios que más frecuentábamos, entonces sin la fama de ahora, pero con despachos y bodeguillas-cuevas —se descargaba en varios sitios en un mismo viaje— con mucha solera.

Premio incorporado a las excursiones en el camión era el comer y cenar fuera de casa, verdadera gozada entonces para chicos de nuestra edad. Una vez en Ocaña, en el restaurante situado sobre la gasolinera a la entrada del pueblo, inconfundible porque en un esquinazo mantuvo durante muchos años un enorme cartel publicitario de sidra El Gaitero, tuvimos una compañera en la mesa de al lado que me tuvo turbado durante tiempo. Era ya mayor, bueno, de unos treinta años, guapísima, como una artista de cine, y llevaba una blusa blanca totalmente transparente que dejaba ver un escueto y sugerente sujetador negro. Demasiado en aquellos tiempos para un chico de pueblo como yo.


Restaurante de carretera
El menú que me pedía mi padre era casi siempre un filete con patatas y de postre un flan

La segunda vez que vi el mar no fue hasta 1963, en Alicante, cuando, estudiando ya en Madrid, fuimos a jugar allí un campeonato de voleibol con el equipo de mi colegio, el Salesianos de Atocha, en el que jugaba. Y entonces sí que nos metimos todos en el agua.


Alicante. 1963
Alicante. 1963. Con el equipo de voleibol de salesianos Atocha. Yo soy el tercero por la derecha

Y es que chapotear en el agua, retornando a Criptana, era todo nuestro afán en aquellos calurosos veranos. Y lo teníamos difícil. Tan difícil como coger la bicicleta y en plena siesta hacerse unos kilómetros hasta llegar a alguna de las huertas que por entonces abundaban por la zona sur del termino municipal del pueblo, cercanas a la vega del río Záncara. Pero como gentes de secano, éramos capaces de aguantar el sol como nadie.

Las huertas eran un lugar verde y relajante, y zambullirse en las albercas, en sus aguas recién sacadas del pozo, valía la pena después de la "fogará" de los caminos. Los hortelanos nos dejaban, y raro era no acabar merendando con ellos a la caída de la tarde, a la sombra de un olmo, de una morera o de un chopo junto al cocero.


Alberca
Antigua alberca abandonada

Mi primo Falín tenía huerta por la carretera de Arenales, y era a la que más íbamos, con motor de gasolina para sacar el agua de un pozo y llenar una balsa bastante grande. Cerca la de Monserrat, incluso mayor y cuadrada, que parecía una piscina. Entre otras, también la de Perucho, en la carretera Nieva, y la huerta El Bajo, ésta en el norte, por la ermita del Cristo de Villajos, a la que solíamos ir de excursión con grupos de Acción Católica.


Alberca
Algunas albercas eran cuadradas y parecían una piscina

Muchas de ellas no habían entrado aún en la modernidad y conservaban las viejas norias movidas por un burro o una mula vieja. Al voltear de la rueda, los arcabuces se sumergían en el pozo, elevaban el agua hasta la superficie e iban vaciándola a una especie de canalón que la conducía a la alberca, que actuaba como deposito para que el agua tuviera mas fuerza y discurriera por los tablares.


Alberca y noria
Alberca y noria abandonadas

Algunas veces nos acercábamos hasta el río Záncara, que entonces traía agua y además limpia. Justo debajo del antiguo puente en la carretera de Arenales era una buena zona, con una profundidad hasta más de la cintura, sin muchos juncos y demás hierbajos y a resguardo de miradas incluso de los mismos que pasaban por la carretera, de tal manera que alguna vez nos bañábamos desnudos por haber salido a hacer unos kilómetros con la bicicleta y no llevar bañador.


Antiguo puente sobre el río Záncara en la carretera de Arenales
El antiguo puente sobre el río Záncara en la carretera de Arenales visto desde el pretil del nuevo y con el cauce seco

Antiguo puente sobre el río Záncara en la carretera de Arenales
El antiguo puente sobre el río Záncara en la carretera de Arenales


Antiguo puente sobre el río Záncara en la carretera de Arenales
Otra imagen del antiguo puente sobre el río Záncara en la carretera de Arenales

Otro punto era el puente de San Benito, por la carretera del paso a nivel de la vía, pero pillaba algo lejos. Y más lejos La Cubeta, donde hubo un molino de agua para mover una fábrica de harinas y otro de un batán.

Pero el mejor lugar del río era "el sitio de la Menuda". Se llegaba a él por un camino a la izquierda, yendo por la carretera de Arenales, antes de llegar al puente del río, en un paraje cercano a las tierras que por allí tenía Santiago Manzaneque Menudo, con aguas poco profundas pero transparentes y el lecho de piedra. Con el estímulo añadido de podernos encontrar allí a las dos hijas, monísimas ambas y amiga la pequeña, Conchita. El único inconveniente eran dos tremendos perros negros que cuidaban una finca cercana y que salían rabiosos ladrando nada más oler a alguien en el camino, Teníamos que pedalear como locos y salir rápidamente de su linde, porque, eso sí, en ese momento —estaban amaestradísimos— regresaban mansos hacia la casa.


puente de San Benito
Puente de San Benito con agua

Piscina —no muy grande— tenían en una casa en Arenales la familia de mi amigo Luis Pedro Perucho, con aguas limpias y cuidadas y el aliciente de poder bañarnos con su prima, de quien todos los chicos de nuestra edad han estado platónicamente enamorados.

La bodega de Simó, ahora de los Huertas, era otra posibilidad. En el curso 1957-58, dos de los los hijos (Leopoldo y José) fueron al colegio Teresiano y éramos amigos. Jugábamos al fútbol dentro de la bodega, que había espacio dispuesto para ello, y después nos bañábamos en una gran pileta con el agua templada que, tras pasar por varias cinas en cascada de sarmientos, venía de la alcoholera.

Muchos iban a bañarse y yo admito que también una vez a las charcas de agua que se formaban a ambos lados del camino de la Virgen —mejor las dos del lado derecho—, casi llegando al cerro. Eran aguas estancadas, verde oscuras, con multitud de juncos, ova, fango, guarrería e insectos. Una verdadera temeridad pensarlo ahora. ¡Para agarrar cualquier infección! ¡Y había ranas! Eso sí que fuimos muchas veces a coger. ¡Y hasta culebras!


Charca de la izquierda

Charcas de la derecha
Charcas a izquierda y derecha en el camino al Cerro de la Virgen de Criptana

La charca de la izquierda tenía una pendiente muy pronunciada por la que nos deslizábamos en cuclillas y en la que un día tuve un pequeño accidente cuando, al perder la estabilidad, y dar con los dientes en las rodillas, me hice una brecha en un labio.

Y sin duda el mejor sitio para bañarse aquellos años en Criptana (finales de los 50 y 60) era un "cercao" de Milagros y Eduardo Agüero, de la panda de amigos, junto al Parque, con una enorme alberca e incluso espacio habilitado para tomar el sol. Su cercanía posibilitaba que allí pudieran ir las chicas. Era lo más parecido a una piscina pública, aunque con entrada restringida.

Con el despertar a la sexualidad, aquella alberca significó el escaparate erótico en tiempos de tanta escasez. Mientras nosotros ocultábamos las espaldas acribilladas de acné, ellas refulgían bellas y renovadas saliendo del agua, con el pelo mojado, oscurecido y abatido sobre sus caras y hombros y con aquellos cuerpos dorados, apenas cubiertos por los bañadores o los incipientes bikinis.


La panda en remojo

También podíamos salir fuera de Criptana, y lo más cercano era la piscina de Alcázar o las lagunas de Villafranca, no tan cuidadas como ahora, llenas de fango, pero cuyos cienos decían que eran muy buenos para la piel. O acercarse a Ruidera, el "Mar de La Mancha", entre las provincias de Ciudad Real y Albacete, con 15 lagunas a lo largo de 25 kilómetros.

No guardo buenos recuerdos ni de unas ni de otras lagunas. En las de Villafranca me hice una brecha considerable en el dedo gordo del pie derecho, supongo que con un vidrio dentro del agua. Aguante como pude, vendándome la herida con un pañuelo, sin decir nada hasta que regresamos al pueblo por la noche; iba invitado por unos tíos míos y consideré que no era cuestión de amargarles el día.


Lagunas de Villafranca
Las lagunas de Villafranca por los años 50


Lagunas de Villafranca
Otra de las lagunas de Villafranca

En las de Ruidera, en una excursión con Acción Católica, algo parecido, esta vez en el talón del mismo pie, y me curaron con un botiquín. Y otra vez, en un viaje con el autocar de Ángel Arteaga, intentando cruzar una de las lagunas a nado, me quedé desfallecido antes de alcanzar la orilla y me costó horrores lograrlo. De tal manera, que cuando pude llegar a tierra, perdí el conocimiento. Cuando pude recobrarlo tenía a todas las chicas arrodilladas junto a mí. Fue sólo un instante, pero me hice el remolón y me dejé querer.


Lagunas de Ruidera
Las lagunas de Ruidera por los años 60

En tiempos pasados, familias con la galera o el carro de balancín iban a las lagunas de Villafranca a tomar, después de terminar las faenas del agosto, cinco o siete baños, porque según la tradición, tenían que ser nones, ya que si eran pares daban tercianas. Y los mayores ni siquiera se bañaban, respetando el dicho popular: "Desde cuarenta para arriba no te mojes la barriga". Incluso, se podían igual encontrar dentro del agua personas bañándose que animales (mulas y burros). También a la casa de baños del río Saona, en Santa María de los Llanos, en Cuenca; o al balneario de La Hijosa, cercano a Socuéllamos, con baños de agua caliente.


¡En los baños!
¡En los baños!

El recorrido entre la Plaza y el cine Rampie, en la calle Castillo, era el sitio del "tonteo" o del "roce" con las chicas, en un paseo tras otro de arriba abajo, y sólo para ver tres, cuatro o más veces a aquella por quien suspirabas, por repetir otras tantas veces el hola o el adiós, por volver la vista atrás cuando te cruzabas y ver si ella hacia lo mismo. O por pararte y hablar durante largo rato…de nada.


Antiguo quiosco de la música en la Plaza
La Plaza con el antiguo quiosco de la música

Esa edad de los iniciales amoríos, de las primeras novietas, nos hacía esperar con ganas la llegada de la Feria con sus verbenas, pues la ocasión de bailar se reducía entonces a los clásicos guateques o acudir al casi recién inaugurado Salón Hidalgo, en el Pozo Hondo, que nunca llegamos a considerar como discoteca.

El afán por salir fuera e ir a las ferias y discotecas de los pueblos de los alrededores, nos hizo plantear un año a unos pocos la posible compra de un coche de segunda mano. Y era nada menos que un Biscúter descapotable que tenían en venta los Manolillos, dueños de un taller mecánico junto a la gasolinera de la carretera de Alcázar que luego transformaron en el cine de verano Capitol. No llegamos a un acuerdo y fue lo mejor que pudo sucedernos, pues una compra de un coche viejo y malo, sujeto a muchas posibles averías, y además entre varios, no hubiera sido un buen negocio.


Biscuter
No sería posible describir los años cincuenta en España sin el Biscuter dada su popularidad, y que significó
el acceso del españolito a un vehículo de cuatro ruedas con un coste de sólo 25.000 pesetas

Y estaba el parque, donde hemos jugado, cortejado o retozado todos los chicos y chicas de Criptana. Nos buscábamos y evitábamos mutuamente, como en un juego de seducciones y rechazos recíprocos que traía muchas veces más angustias que alegrías. El doble sentido de las palabras, las bromas, las risas, los gestos, las intenciones confesadas o imaginadas, el juego consentido o no, los amores platónicos no declarados, lo que me han contado, lo que no me han contado pero sé, lo que si tú quieres, lo que si yo deseo... En fin, el juego del flirteo y del amor que cargaba el ambiente en la panda de una atmósfera electrizante, que llegaba al clímax al anochecer, cuando las parejas más que amigos se perdían en la espesura.


El Parque
El Parque

El Parque
Otra fotografía del Parque por aquellos años

Y mientras estábamos los chicos y chicas en este trajín, la larga posguerra de la que veníamos, que duró prácticamente hasta el 52, a las penurias propias añadió, sin que nosotros nos enteráramos de nada, una terrible represión que se llevó por delante a miles de muertos.

Esa década de los 50 nos trajo el fin del bloqueo exterior con la firma de acuerdos económicos y militares con EE UU, el ingreso en la ONU, la independencia del Marruecos español, el lanzamiento del 600 por la SEAT, la aparición de la ETA, la creación de Televisión Española y la emigración masiva a las ciudades y al extranjero, sobre todo a Francia y Alemania.

Y la de los 60, el desarrollismo económico, las revueltas estudiantiles, el incidente de Palomares en el que el ejército estadounidense perdió un bombardero con armas nucleares en la costa almeriense, la independencia de Guinea Ecuatorial y la entrega del enclave de Sidi Ifni a Marruecos.


Décadas prodigiosas
El Seat 600 se puso a la venta en 1957 con un precio de 65.000 pesetas

Décadas prodigiosas
Fraga bañándose en Palomares para tratar de demostrar que no había peligro radioactivo

Y a nivel mundial, la URSS, que había sido aliada de los países que derrotaron a Alemania y a las demás naciones del Eje, rápidamente se vio transformada en el "enemigo de occidente" y el mundo vio formarse lo que se conoció como "Guerra Fría". Poco después, la guerra civil en China encaramó a Mao Zedong, quien instauró en la parte continental de su nación un régimen totalitario de base comunista, reconocido como República Popular China. Esta disputa entre los dos nuevos ejes mundiales, se intensificó notablemente con la guerra de Corea y la posterior división del país en dos estados diferentes. En 1959 triunfó la Revolución Cubana encabezada por Fidel Castro. El decenio de los 60 trajo consigo el inicio de la guerra de Vietnam. En el 63 se produjo el asesinato de Kennedy. En el 67, la captura y muerte de Ernesto Che Guevara. En el 68, los rabiosos días de mayo en París con la revuelta estudiantil que se extendió a toda Francia. Ese mismo año, la invasión de Checoslovaquia por tropas soviéticas que ponen fin a la llamada "Primavera de Praga". Y en el 69 EEUU logró colocar al primer ser humano sobre la superficie lunar.


Grandes convulsiones mundiales
Mao Zedong, Fidel Castro, John F. Kennedy y el Che Guevara

Mayo del 68
El Mayo del 68

Eran tiempos también de otra revolución. Las faldas comenzaron a acortarse. Los pantalones vaqueros vestían a la juventud. El rock estaba naciendo y aparecieron movimientos sociales como los "hippies" que se harían notar en sus protestas anti-guerra y se esparcieron por todo el mundo. Y surgieron los Beatles.


The Beatles
The Beatles



En el año 1967 empecé a salir en serio con Trini Ossorio Badía, que ya para entonces vivía en Ciudad Real y pasaba en el pueblo temporadas con su abuela. Ella tenía 17 años y yo 20, y la palabra amor significaba igual para los dos. Una tarde, al final del verano, al despedirnos, le entregué una novela de Agatha Christie —nos intercambiábamos libros— con la recomendación de que leyera una nota que había en el interior, sin decirle nada más. Era una nota en la que me declaraba y le pedía si quería ser mi novia.


Trini Ossorio
Trini Ossorio Badía

Al día siguiente bajamos como siempre al parque y ni yo pregunté ni ella comentó nada. Apenas si hablamos caminando, y si lo hicimos fue de cosas intrascendentes. Era ya atardecer y las primeras sombras empezaban a cubrir la arboleda. Nos sentamos en nuestro banco de siempre, el de todos los días, y nos encendimos un cigarrillo. A través de las volutas de humo percibía lo que sus ojos me decían. Cogió mi mano. Dejé de respirar y cerré los párpados. Cuando los abrí, sus ojos estaban muy cerca de los míos. Noté que mi nariz vibraba y que tenía, para conseguir respirar, los labios entreabiertos. Mi pecho subía y bajaba con precipitación. También ella tenía separados los labios. Su aliento me llegaba: sentía un vaho, un olor, una vida que emanaba de su piel, ahora tan próxima a la mía. Volví a cerrar los ojos, agobiados bajo tanta hermosura, bajo tanto placer nunca imaginado... Sus labios se posaron, en los míos. Nos besamos dulcemente. Respirábamos fuerte. Nos abrazamos, nos quisimos y nos juramos amor para siempre. "Soy feliz", dijimos a la vez. Y sonreímos...